LAS PARTES DE LA MISA (y II)
[Ver
Las Partes de la Misa (I)]
EXPLICACION
Liturgia Eucarística
En esta parte actualizamos el sacrificio de Cristo, el cual se nos ofrece cómo verdadero alimento en la Eucaristía. En ella se nos hace presente en el pan y el vino, y durante la comunión logramos la plena unión con Dios.
La primera parte es el ofertorio, donde damos gracias por el pan y el vino que el sacerdote va a consagrar y se los ofrecemos a Dios (Lo hacemos volviéndonos a sentar). Durante la misma algunos fieles recogen la colecta, que es voluntaria y se utiliza para el sustento de la Iglesia. El sacerdote levanta el pan y dice (en voz alta o baja):
- Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos: él será para nosotros pan de vida.
- Bendito seas, por siempre, Señor (Esto se responde si el sacerdote ha ofrecido el pan en voz alta).
Ahora se bendice el vino. Mientras el diácono o el sacerdote mezclan el vino con un poco de agua, recitan la siguiente petición en voz baja:
- El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quién ha querido compartir nuestra condición humana.
De la misma forma que antes, el sacerdote eleva el cáliz con el vino y lo bendice:
- Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este vino, fruto de la vid y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos: él será para nosotros bebida de salvación.
- Bendito seas, por siempre, Señor (Se responde si se ha bendecido en voz alta).
A continuación el sacerdote se inclina y dice en secreto:
- Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en su presencia, Señor, Dios nuestro.
Acto seguido el presbítero echa un poco de agua en las manos del sacerdote, el cual se las lava simbólicamente mientras pide que Dios le limpie de todo pecado, recitando en secreto:
- Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado.
Después de este acto el sacerdote exclama al pueblo:
- Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro sea agradabe a Dios, Padre todopoderoso.
- El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia (Esta es la forma en que nos unimos a los deseos del sacerdote por el buen término de la Eucaristía).
Es en este momento en el que comienza la Plegaria Eucarística, el momento más importante de la misa, donde se renovará el sacrificio de Cristo en la cruz. La empezamos de pie. Se comienza con una breve oración sobre las ofrendas, que varía según el día y las fiestas, pero que puede ser algo parecido a esto:
- Señor, escucha con bondad nuestra súplica y protégenos con la intercesión de tus santos, para que tributemos siempre un culto digno a tu Divina Majestad. Por Jesucristo nuestro Señor (Siempre se acaba con esta exhortación).
- Amén.
Es en este momento cuando se inicia la plegaria eucarística propiamente dicha, y lo hace con este diálogo entre el sacerdote y los fieles, que on invitados a acercarse espiritualmente a Dios y a darle gracias:
- El Señor esté con vosotros.
- Y con tu espíritu.
- Levantemos el corazón.
- Lo tenemos levantado hacia el Señor.
- Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
- Es justo y necesario.
Ahora se inicia el prefacio o introducción de la plegaria eucarística, el cual es un resumen de la doxología o creencias por las cuales vamos a realizar el sacrificio de la Eucaristía, y que también varía entre varios modelos, uno de ellos es el que sigue:
- En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias, Padre Santo, siempre y en todo lugar, por Jesucristo, tu Hijo amado. Por él, que es tu Palabra, hiciste todas las cosas; tú nos lo enviaste para que, hecho hombre por obra del Espíritu Santo y nacido de María, la Virgen, fuera nuestro Salvador y Redentor. Él, en cumplimiento de tu voluntad, para destruir la muerte y manifestar la resurrección, extendió sus brazos en la cruz, y así adquirió para ti un pueblo santo. Por eso, con los ángeles y los santos, proclamamos tu gloria, diciendo:
Es ahora cuando los fieles nos unimos al sacerdote rezando o cantando el Santo:
- Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria. Hossana en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hossana en el cielo (Es de esta forma como nos unimos a todos los ángeles y santos en el cielo que le aclaman, uniendo en una sola voz a toda la Iglesia de Dios).
Y tras el santo, es cuando llega la consagración, cuando el sacerdote pedirá la Espíritu Santo que convierta el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo [Ver Verdadera presencia de Cristo en la Eucaristía], el cual, en un acto milagroso, desciende sobre los asistentes y realiza la transubstanciación del pan y del vino, que, por obra del mismo Espíritu de Dios y por otro milagro, siguen conservando los accidentes (forma, color, olor, sabor) del pan y el vino. Para contemplar este milagro todos nos arrodillamos.
- Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad; por eso te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor. El cual, cuando iba a ser entregado a su Pasión, voluntariamente aceptada, tomó pan, dándote gracias lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL, PORQUE ESTO ES MI CUERPO, QUE SERÁ ENTREGADO POR VOSOTROS (Tras las palabras destacadas, durante las cuales el sacerdote ha elevado una oblea de pan, el mismo deja de ser pan para convertirse en el Verdadero cuerpo de Cristo).
- Del mismo modo, acabada la cena, tomó el cáliz, dando gracias te bendijo, y lo pasó a sus discípulos, diciendo: TOMAD Y BEBED TODOS DE ÉL, PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE, SANGRE DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA, QUE SERÁ DERRAMADA POR VOSOTROS Y POR TODOS LOS HOMBRES PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS. HACED ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA (De la misma forma el vino pasa a ser la Sangre de nuestro Señor tras las palabras destacadas, durante las cuales el sacerdote elevó hacia el cielo el cáliz).
Después de esto comienza la aclamación, donde el sacerdote anuncia:
- Este es el sacramento de nuestra Fe.
- Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurreción. ¡Ven, Señor, Jesús! (De esta manera expresamos nuestro principal deber cómo cristianos y pedimos la pronta venida de nuestro Señor [Ver artículo sobre la Parusía, de próxima publicación] ). Durante esta frase nos ponemos de pie.
A continuación se lleva a cabo la intercesión, mediante la cual ofrecemos el sacrificio de Jesús por el Papa, por los obispos, por los difuntos y por toda la Iglesia:
- Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo.
Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para que, fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de tu Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu.
Que él nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos: con María, la Virgen Madre de Dios, los apóstoles y los mártires, y todos los santos, por cuya intercesión confiamos obtener siempre tu ayuda.
Te pedimos, Padre, que esta víctima de reconciliación traiga la paz y la salvación al mundo entero. Confirma en la fe y en la caridad a tu Iglesia, peregrina en la tierra: a tu servidor, el Papa X., a nuestro Obispo Y., al orden episcopal, a los presbíteros y diáconos, y a todo el pueblo redimido por ti.
Atiende los deseos y súplicas de esta familia que has congregado en tu presencia. Reúne en torno a ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el mundo. A nuestros hermanos difuntos y a cuantos murieron en tu amistad recíbelos en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria, por Cristo, Señor nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes.
Es ahora cuando se lleva a cabo la doxología, donde el sacerdote, levantando el cáliz con la Sangre y la patena con el Cuerpo de Cristo los ofrece al Padre con estas palabras:
- Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.
- Amén.
Una vez el sacerdote ha dejado el Cápiz y la patena, da inicio a la comunión, diciendo una frase parecida a esta, mediante la cual se da inicio a la oración del Padre nuestro:
- Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir:
- Padre nuestro que estás en el cielo santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.
El sacerdote, con las manos extendidas, prosigue sólo:
- Líbranos de todos los males, Señor y concédenos la paz en nuestros días, para que ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
Cómo respuesta reconocemos la gloria de Dios:
- Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.
- (El sacerdote prosigue con las manos extendidas) Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: 'La paz os dejo, mi paz os doy', no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
- Amén.
- La paz del Señor esté siempre con vosotros.
- Y con tu Espíritu.
- Daos fraternalmente la paz.
Es entonces cuando todos, según la costumbre del lugar, todos nos damos la paz mutuamente.
Justo después el sacerdote deja caer en el Cáliz un poco del pan consagrado, simbolizando la resurrección de nuestro Señor, mientras recita en secreto:
- El Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, unidos en este cáliz, sean para nosotros alimento de vida eterna.
Mientras, los fieles suplicamos a Cristo de esta forma:
- Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz.
Ahora se llega a la parte de la comunión, donde los fieles comulgan el cuerpo de Cristo, es decir, lo ingieren, bajo la especie del pan, para entrar en comun-union con El. El sacerdote es el primero en comulgar, y se prepara diciendo en secreto estas palabras (U otras, dependiendo del sacerdote):
- Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable.
Despues de esto el sacerdote hace una genuflexión, toma el pan consagrado, lo eleva y lo muestra al pueblo, diciendo:
- Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.
- Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme (De esta forma los fieles reconocemos nuestra indignidad frente a Dios sacramentado y ante el hecho de que lo vayamos a recibir en nuestro cuerpo). Despues lee la antifona de comunión de ese dia (breve frase de los salmos generalmente, que nos recuerda lo unidas que estan la Palabra y el Cuerpo de Dios) procede a repartir la comunión a quien lo desée.
Los fieles que desemos y podamos comulgar (Se requiere ser católico bautizado y en estado de gracia) nos acercamos en procesión, pues vamos al encuentro del Señor, hacia el sacerdote. Al llegar frente a el se produce el siguiente diálogo, en el que admitimos la presencia real de Cristo en el pan que nos presenta y que poco después, nos dará para comer (En la boca o en la mano, aunque es preferible la primera forma). Los fieles que no comulguen se sientan.
- El Cuerpo de Cristo.
- Amén.
Es costumbre tener un breve momento de recogimiento una vez se vuelve de la comunión, sea de rodillas o sentado. Es en este momento cuando tiene lugar la purificación del cáliz y de la patena, llevada a cabo por el sacerdote y que consiste en limpiar ambas para dejarlas libres de cualquier partícula de pan o vino. Si han sobrado hostias consagradas, éstas se guardan en el Sagrario. Durante la purificación el sacerdote dice en secreto:
- Haz, Señor, que recibamos con un corazón limpio el alimento que acabamos de tomar, y que el don que nos haces en esta vida nos aproveche para la eterna.
Tras esto el sacerdote, que puede tomar unos momentos o cantar algún salmo o alabanza, da inicio a la oración final, la cual empieza:
- Oremos (Nos ponemos de pie, listos para ser enviados a proclamar la Palabra de Dios). Luego el sacerdote dice unas breves palabras acordes con el momento y la ocasión, y finaliza con el rito de despedida o de conclusión.
Rito de Despedida
En este momento se suelen hacer los anuncios y avisos relativos a la parroquia y a la Iglesia, finalizando con la bendición.
- El Señor esté siempre con vosotros.
- Y con tu Espíritu.
- La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espítiru Santo...
Mientras se dice eso los fieles hacemos la señal de la cruz mientras el sacerdote hace lo propio, y acaba:
- ...descienda sobre vosotros.
- Amén.
- Podéis ir en paz.
- Demos gracias a Dios.
De esta forma el sacerdote besa el altar, da la vuelta y se arrodilla, abandonándolo así en dirección a la sacristía. La Santa Misa ha terminado.
Es entonces cuando podemos abandonar el templo o por el contrario permanecer en oración dentro de él, dando gracias a Dios por haber podido asistir.
Fëanar.